Bosque

por hielofatuo


Por fin, el cielo lleno de copas.

El viento pone orden
donde no llega el tiempo,
dentro
todo es frenesí
y desconcierto.

Pero cierro los ojos
y parece que funciona:
salí de mí
me vi en otra aurora,
en otro alba.

Un suelo que cruje,
un suelo que vive,
unos pies en la tierra
lejos de la ciudad de cera.

Y la armonía
me acaricia;
echaba de menos esta sensación
perdida en mi infancia.

Suena
por fin
el sonido.

Escapo de la enfermedad del ruido
que se cuela como los rayos
de un sol que entra sin pedir permiso.

Necesito, es la realidad.
Necesito abrigo en el transcurrir del río.
Necesito ahogar mi llanto por el trino.
Necesito sentirme parte de un mundo
que no me imponga sus reglas,
que me deje entrar
como cigüeña en su nido.

Y por eso,
escribo sin abrir los ojos.

Y por eso,
me pregunto cuál de estas cuatro paredes
me echará de menos,
cuando escape del ordenador
del móvil
y de todos estos lujos superfluos.

Cuántos vagabundos
en las calles de Medusa
que deambulan como presas
de una rutina de ceros a la izquierda.

Si las miradas mirasen,
si la piel no se helase al contacto,
quizá sintiéramos ese calor
quizá el gris del cemento
dejase paso al color.

Hay dentro un hoyo profundo
que nos dicen cómo llenar.

Pero luego buscamos el mar,
o respirar un aire distinto.

Y debemos ser alguien en una sociedad,
que es un grano de una galaxia.

Nos ha tocado vivir un tiempo relativo.

Cuando doblen las campanas,
su tañido será el epílogo del libro.